Política/Sociedad

EL PIQUETE GOZA DE BUENA SALUD

Argentina es el país de los “PIQUETES”. En todas las ciudades y carreteras se quejan de  los piquetes. Pero al mismo tiempo, todos hacen o harán en algún momento un piquete. La pregunta entonces es natural: ¿POR QUÉ? Es cierto que obstrucciones al  tránsito hay en varios lugares del mundo, pero en Argentina es casi un hecho cotidiano. A tal punto, que en determinadas épocas del año, los programas de radio y TV de la mañana, anuncian el horario de los reclamos, quienes los convocan, sus razones  y las esquinas donde se producirán.

Piquetes

Hablar de los piquetes no es nada nuevo y Argentina no es el país que inventó el corte de calles. Lo particular es que es el único país donde se llama Piquete. Aunque ahora también se usa el término en otros países,  pero por costumbre y extensión lingüística.  Pero lo que sí dejó hace tiempo el piquete en Argentina, es que se trata de una forma de protesta de quienes no están en el sistema, los desplazados o a quienes no se los deja ingresar. Argentina es una economía con un promedio de 32 por ciento de empleo informal, en negro, en contratación clandestina. Una cifra exageradamente alta para un país que forma parte del G-20, es uno de los tres más importantes de Latinoamérica y unos de los países emergentes  más considerados.

Los datos del INDEC, lanzados a mediados del año pasado, muestran que los rubro de personal doméstico, producción agropecuaria y construcción es donde se verifica el mayor índice de trabajo asalariado “en negro”. Mientras que en el sector Salud y Hotelería es del 42 % y 38 % respectivamente.  Imagínese los tres primeros. El informe marca que en total hay 19.846.000 puestos de trabajo, de los cuales 15.053.000 son asalariados públicos y privados, formales e informales y el resto – 4.793.000– corresponde a propietarios, pequeños productores, comerciantes e industriales y cuentapropistas. Esta cifra de informalidad – a la que hay que sumar a quienes se arreglan con changas – indica la cantidad de gente que queda fuera del sistema en forma parcial o total. Fuera incluso de los propios sindicatos, salvo excepciones. Esta masa de personas, a las que se suman los desocupados,  son los que presionan a través del piquete como la única forma de protesta. Los trabajadores formales y en actividad, también utilizan este método, pero no es la única acción en caso de conflicto.

En su origen, al Piquete hay que atribuirlo a ese panorama de evasión previsional e impositiva y a procesos  puntuales de desindustrialización y desempleo como en la década neoliberal de 1990. Pero el Piquete, se hizo general en los meses previos a la crisis de diciembre de 2001 y se instaló definitivamente como forma de protesta en el 2002. Las radios y canales de televisión informaban el cronograma de protestas (con  hora y lugar) junto a los datos de tiempo y la circulación del tránsito. Hoy también lo hacen en ciertas épocas del año.

En el primer quinquenio del nuevo siglo el Piquete fue la principal arma de protesta, superando ampliamente a las huelgas, reclamos institucionales o presentaciones legislativas. Para la televisión, era necesario que quienes protestaban cortaran una calle para ganarse el derecho a un espacio en el telediario. Esto les ocurrió a los vecinos del Parque Lezama de Buenos Aires en agosto de 2006. Exigían mejoras en el parque y mayor control policial durante las noches. Pero no pudieron salir en los telediarios de los canales 11 y 9 porque no eran una cantidad suficiente como para cortar (“hacer un piquete”) en la esquina de Brasil y Defensa. Quienes sí tuvieron éxito con la televisión y la solución del problema fueron otros que bloquearon la Av Garay y Bolívar por falta de electricidad en junio de 2015.

Hay infinidad de ejemplos en favor de la efectividad del Piquete o de su inutilidad. Las organizaciones del campo lograron derogar la Resolución 125 del Ministerio de Economía en base a cortes de ruta. Pero los vecinos de Flores y Caballito (dos barrios de Buenos Aires) repiten dos veces por año el mismo Piquete en reclamo de electricidad: al comienzo de cada verano y cada  invierno. Y quienes reclaman el fin de la fumigación de campos con glifosato por cáncerígeno, se deben movilizar casi semanalmente, para impedir el vuelo de los aviones y no siempre lo consiguen.

El Piquete, tal como lo conocemos hoy, ya no es solo la protesta de los que están fuera del sistema. El Piquete se ha convertido en la base principal del reclamo. Las causas hay que buscarlas en la quiebra económica del país en 2001/2002 y la posterior falta de confianza en las instituciones en los años posteriores. A pesar del tiempo transcurrido, esa confianza no se recuperó nunca. Entre otras cosas, porque ya antes era bastante débil y solo le hacía falta muy poco para que la desconfianza se instalara por un largo período.

En el relevamiento anual de la consultora Diagnóstico Político (hecho público en la primera semana del año) se informa que Durante el año 2017 hubo 5.221 cortes de vías públicas en todo el país, lo que significó una baja de 19% respecto a 2016, cuando se registraron 6.491. De esta forma, 2017 fue el año con menos bloqueos desde 2011 (3.214). El año 2014 se mantiene como el período récord de 2009 a la fecha, con 6.805 bloqueos. En total, en los últimos nueve años hubo 44.797 piquetes en Argentina. No obstante la significativa baja observada, 2017 fue el quinto año consecutivo en el que se registraron más de 5.000 piquetes a nivel nacional”. El informe también concluye que “Por ello puede decirse que la antidemocrática cultura del piquete sigue gozando de buena salud en Argentina. La gestión de Mauricio Macri (…) aún no ha logrado resolver este grave problema”.

Antidemocrática o no, en términos sociológicos y antropológicos, el Piquete muestra la escasa confianza que los ciudadanos tienen en las instituciones y sus responsables. Entienden que la única vía de reclamo es la presión en la calle y frente a la puerta de la dependencia administrativa en litigio. La crisis del 2001, dejó en evidencia la ineptitud del aparato del Estado para resolver problemas elementales pero de gran importancia y gravedad: el control de los depósitos bancarios, la fuga de capitales y los reintegros a los ahorristas. En la actualidad, cualquier ciudadano entiende que si no se manifiesta en forma pública y con la televisión al lado, es imposible lograr la atención del Estado o – mejor dicho – de la burocracia del Estado.

Esa burocracia es el resultado de una inexistente legislación de la función pública. Y de una normas administrativas que nunca se cumplieron en la incorporación de personal. Los cargos más altos o los principales responsables de área no son funcionarios de carrera. Responden a intereses políticos o centros de poder. Ocupar un cargo clave en el aparato del Estado es objetivo principal para cualquier grupo empresario, financiero, confesional o de partido. Todos necesitan gente para usar al Estado en su beneficio. En ese juego,  el ciudadano común, a a pié, no tiene chance. Y desde 2001 en adelante, aprendió que al menos le queda la opción de quejarse en la calle. Y tal vez (solo tal vez) tenga éxito.

La dirigencia política de los partidos mayoritarios se ha mostrado incapaz de controlar esa burocracia que opera en favor de otros centros de poder. Ya lo decía el economista Aldo Ferrer, cuando le preguntaron en Madrid, a mediados de 1983, al final de una conferencia en la Casa de América. “¿Volvería a  ser ministro de economía?”  Pensó un momento la respuesta y dijo: “Si… Con una sola condición: que me permitan cambiar a todos los altos funcionarios del ministerio”.

Por otra parte, esa dirigencia política no está demasiado interesada en atender los reclamos generales y más cotidianos. La mayoría de ellos se corresponden con promesas incumplidas de la campaña electoral o con exigencias económicas de los servicios públicos o la desocupación. Ninguna de estas dos cosas tampoco las puede resolver, porque  el poder político en Argentina no tiene capacidad de presión ante las multinacionales proveedoras de servicios públicos y en muy pocas ocasiones logra convencer al empresariado de no generar despidos. Por lo tanto, el Piquete es la única posibilidad que le queda al ciudadano común, ya que también ha perdido – en este último tiempo – una red de medios de comunicación que se hagan eco de sus reclamos.

La divergencia entre dirigentes y ciudadanos es que estos son para los primeros, solo o apenas  votantes. Entre el ciudadano y el dirigente despareció el partido político y sus círculos o centros de reunión donde se discutía, analizaba y se establecían estrategias. Esos partidos desaparecieron luego de la crisis argentina del 2001 y nunca se volvieron a recuperar. Existen estructuras de tipo electoral, con una gran capacidad de intervención y despliegue en los medios de comunicación, que cumplen la función de encumbrar a tal o cual candidato y de colocar en el centro del debate mediático alguna medida de gobierno. Son estructuras electorales y Fábricas de Opinión Pública al mismo tiempo por su control de los medios de comunicación.

Como se comprenderá, el Piquete es la única forma o vía que puede tener un grupo de ciudadanos interesados en ser escuchados. El Piquete  en sí mismo no es antidemocrático. Es el resultado de una democracia devaluada, de escaso valor institucional, con poco apego a cumplir la legislación y muy expuesta a la presión o el control de los grupos de poder.

 

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