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LA DEMOCRACIA EN PUNTO MUERTO. TODO VUELVE A EMPEZAR.

El talento de Quino no hubiera tenido tanta materia de pensamiento, si no fuera por el amplio catálogo de miserias argentinas. Es verdad que su arte es universal, pero las miserias argentinas también son un paradigma universal.

De lo confuso a lo profano, la sociedad argentina oscila en un  péndulo constante entre lo que está mal y lo que está peor. Alimenta década tras décadas un catálogo de reiteraciones de fracasos. Palabra que se aplica en este caso, a la voluntad de auto flagelarse pensando que el camino es la redención pasando una y otra vez por el infierno antes que en el reino de los cielos.

Es cierto que la sociedad no ha tenido dirigentes a la altura de las circunstancias, salvo algunas honrosas excepciones de personajes que curiosamente no han sido del mismo signo político. Pero esa misma sociedad tiene una intelectualidad amplia y de formación superior, reconocida por su talento en los lugares más remotos del planeta. Pero las habilidades y sabidurías – al parecer – no las aplican en su propia tierra. No se los debe acusar por falta de ideas. Se los debe acusar por promover las falacias y echarse a descansar.

Los fracasos argentinos no pueden ni deben ser achacados a una sola fuerza o una sola persona, tal como lo hace un miserable como el cordobés Juan Schiaretti, ex gobernador de Córdoba, con amplio despliegue informativo. Las reiteraciones en avanzar por los mismos caminos fracasados,  revelan el limbo de reflexiones fallidas en las que se mueve la sociedad en su conjunto.

Los que no tienen nada ni siquiera la solemnidad de su existencia, carecen de la posibilidad de expresión. Mejor dicho, aunque se expresen, sus pensamientos no cuentan. Y quienes tienen la posibilidad de expresión y el privilegio de ser escuchados, han elegido el camino de buscar culpables, al calor de retorcidos razonamientos convertidos en un bucle de palabras sin conclusión. Hacen una manifiesta algarada en la que parecen enorgullecerse de no aportar ninguna solución.

El pensamiento crítico en Argentina ha quedado reducido a escombros. La incapacidad de escuchar y contemporizar ideas impuesta por la intelligentsia nacional, ha causado más muertes en el último siglo que cualquiera de las pandemias biológicas y sanitarias que haya podido padecer el país.    

La gran esperanza del capitalismo mundial a comienzos del siglo XX, ha perdido las palabras “gran” y no reconoce la palabra “esperanza”. Argentina se ha convertido en el paradigma del capitalismo imbécil. Donde el “Señor de la Oferta” está más empeñado en exterminar al “Señor de la Demanda”, antes que venderle. No hay voluntad de intercambios, solo en acumulación por la vía de la confiscación. Tanto sea por la vía de una justicia corrompida como por la ejecución violenta. Ambos procedimientos, se reiteran y se reiteran a través de los años.

Demasiado tiempo ha pasado desde que la sociedad perdió el eje equilibrado de la justicia, con jueces dispuestos a venderse al mejor postor, por unas monedas proveedoras de placer y algo de prestigio social. Que las miserias no se noten, por lo menos antes de llegar a la tumba. Luego todo será olvido.

Argentina regresa una y otra vez al punto de partida. Pero eso no es lo dramático. Lo grave es que reitera el pensamiento, los métodos y las estrategias que dejaran cientos de vidas en el camino y cientos de miles de personas sin futuro. Regresa a la restauración de la rueda de la discordia, del orgullo por la desigualdad y el entusiasmo por liquidar al que opina diferente, bajo el mantra de “todo por la patria”.

En ese humo de “dormidera” nacional, quienes se creen dueños de lo ajeno y de la vida y obra de los demás, lanzarán fuegos de artificio para celebrar que la rueda de la sociedad vuelve a girar a su favor.  

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